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El jurado del Pritzker destaca que el trabajo de su estudio francés, Lacaton & Vassal, es el «reflejo del espíritu democrático de la arquitectura».
Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal son los arquitectos galardonados con el premio Pritzker este año. Un reconocimiento a una trayectoria de tres décadas, iniciada con la construcción de una pequeña cabaña de paja en Níger, y que se ha distinguido por una actitud constantemente sobria y coherente, que jamás se ha distraído de sus preocupaciones fundamentales: la búsqueda de adecuadas formas de reacción y respuesta a las urgencias sociales y las problemáticas ecológicas.
Valores que, si bien hoy son resuenan de manera casi unánime en el discurso arquitectónico (a veces, banalmente en boca de nuevos conversos y advenedizos meramente en pos de relevancia mediática para su trabajo), fueron desde el principio fundamentales para la definición ética y estética del trabajo de Lacaton & Vassal, quienes muy temprano comprendieron que el concepto de «sostenibilidad» se funda en lograr un verdadero equilibrio entre lo social, lo económico y lo medioambiental. El jurado del Pritzker destaca cómo ese trabajo y posicionamiento es «reflejo del espíritu democrático de la arquitectura».
Continuadores del legado de la modernidad, «a través de sus ideas, su planteamiento de la profesión y los edificios que de ello resultan han demostrado que es posible llevar a cabo un compromiso con una arquitectura reparadora que sea simultáneamente tecnológica, innovadora y ecológicamente sensible sin incurrir en la nostalgia.»
Cada uno de sus proyectos parte de un proceso de observación y análisis destinado a identificar valor en la realidad y lo ya existente para, a partir de ello, definir una precisa estrategia de intervención como en el caso de la Plaza Léon Aucoc (1996), donde mínimas acciones como cambiar la gravilla, tratar los árboles y modificar ligeramente el tráfico revistieron al lugar de un nuevo potencial; o en el de la torre Bois-le-Pêtre (2011) -realizado junto a Fréderic Druot-, un edificio residencial de 1961, al que sometieron a una metamorfosis a través de precisos gestos basados en un uso sensible e inteligente de elementos prefabricados y una meticulosa planificación técnica gracias a los que los habitantes ganaron sustancialmente en espacio y calidad de vida.
El bienestar del habitante o usuario es lo prioritario, siendo este último, a su entender, el factor definitivo para considerar hermoso a un edificio. La Casa Latapie (1993) y obras públicas como la Escuela de Arquitectura de Nantes (2009), el Centro de la Ciencia Humana (2007), el Fonds Régional d’Art Contemporain (2013) o el Palais de Tokyo (2014) son ejemplos de esa vía de sensible rigor y pragmatismo abierta por este equipo francés, desde la fundación de su estudio en París en 1987, y que hoy (y aún más tal vez en estos momentos) se afirma como la más directa para poder definir una arquitectura capaz de sostener el futuro.